Aunque hayamos publicado a primera hora del lunes una breve nota sobre el Pregón de Semana Santa, ahora nos vamos a recrear algo más en la información, porque lo merece.
Tras los acordes de la tradicional marcha “Amargura”, seguida por la de “Caridad del Guadalquivir”, interpretada por nuestra Banda de música isleña, dirigida por Cristina Molina, dio comienzo el pregón a cargo de Carlos Javier Rodríguez Parra. Fue presidido por el párroco del Gran poder, Francisco Valencia Bando, el Consejo de Hermandades, presidido por Antonio Peña Ramos, y la alcaldesa de la ciudad Antonia Grao Faneca, en representación de Isla Cristina.
Aunque ya Carlos Javier había anunciado previamente que su pregón no iba a ser el pregón al uso que todos conocemos, donde se detallan, mediante los pasos, los distintos momentos de la Pasión del Señor, él haría, dijo, una meditación de la Pasión del Señor, partiendo de la experiencia de María la Madre de Jesús, y ésta, en su Soledad.
Así pues, nuestro pregonero, en una larga intervención, fue desmenuzando los gozos y el dolor de la Virgen que desde el nacimiento de su Hijo, hasta su muerte, sintió como madre que llevó en su vientre al Salvador del mundo. Ella fue una testigo y protagonista de excepción en el largo proceso que supuso todo el mensaje que debía depositar su Hijo para la salvación del género humano. No en vano, en su vientre, como un sagrario, engendró y llevo al Hijo, Dios y Redentor del mundo.
Carlos Javier que se declaraba no ser poeta, sí supo exprimir desde sus conocimientos escatológicos y teología viva, en bellísimas palabras, lo que fue y supuso para la Virgen María, la intimidad de su Hijo Jesús.
Pasaba de un instante a otro por los distintos momentos en los que transcurrió la vida del Señor. Ni uno solo quedó por ser vivido desde el corazón de un enamorado de la figura increíble de Jesús de Nazaret.
Los encuentros, las vivencias de detalle en detalle, quedaron impregnadas en un público expectante y atrapado del verbo fluido y enamorado de un sacerdote. Allí quedaron los instantes que María le fue confiando, donde Jesús siendo un niño aún, se extravió de sus padres y la respuesta que éste les dio. Cómo entraba en Jerusalén a lomos de un borriquillo, mientras el pueblo sencillo le ponía mantos, olivos y palmas, en su entrada triunfal en la ciudad santa, entonándole alabanzas.
Luego llegó la última cena, donde instaura la Eucaristía como alimento para nuestros corazones y nuestra alma. La oración en el huerto, donde sus tres apóstoles preferidos se les quedan dormidos; la traición de Judas con un beso, o Pedro, el apresamiento a manos de los soldados. El largo proceso que ultima Pilatos lavándose las manos; los azotes, las bofetadas y los salivazos de aquella pobre gente que no sabe lo que hace; para entregar al Salvador hasta que llega al calvario.
Carlos no le duele prendas cuando califica a quienes nos llamamos cristianos, de nuestras particulares traiciones. La de llevar cruces e insignias y no hacemos honor, sino todo lo contrario, a ese cristianismo que decimos profesar.
María, la Madre, calla, como calló con su esposo José, cuando éste avisado en sueños, la despierta para decir que han de huir con el Niño, para evitar que lo mate Herodes.
Sin matices, sin poner otra cosa que ternura y sumar dolor al dolor de María, el pregonero se vuelve hacia el pueblo de Dios para como si Juan el Bautista, se tratara, reclamar, de todos los presentes y ausentes, que la pasión de Jesús era y sigue siendo la mayor lección de amor de Jesús, nuestro Salvador. Que la ignorancia aludida, no era tal; pues todos sabían quién era Jesús: sus milagros lo atestiguaban. Y no obstante, Jesús perdonó y suplico al Padre; y aún más, prometió el cielo al que crucificado junto a él, se lo pidió. Su fe lo salvó.
La presentación que corrió a cargo de Manuel Jesús Contreras Montenegro, pregonero del pasado año, fue completísima, destacando los rasgos del “Curita”, que supo cautivarnos desde su llegada a nuestra ciudad. Desde su cercanía de hombre de bien hacer, que supo acercar la Iglesia al mundo cofrade, y éste a la Iglesia. También al pueblo, añadimos.
Sencillamente, el pregón de Carlos Javier, quedará para los anales de la historia pregonera de la Semana Santa isleña, como uno de los más hermosos y constructivos. Su paso por nuestro pueblo avalan su carisma de hombre de Dios.
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