El Mare Nostrum de los romanos, se nos ha convertido en el Mare Mortis. Un mar lleno de oscuros cuerpos que yacen en las profundidades, donde las sirenas han sido reemplazadas por cuerpos inertes de hombres, mujeres y niños.
Antaño, el Mediterráneo era un mar lleno de vida, un mar rebosante de futuro, de promesas y de proyectos de vida mejor. El Mare Nostrum era surcado por fenicios, griegos, romanos… Era un mar para los negocios, para el intercambio de la cultura; servía de vehículo para la expansión de los imperios… ¡El Mediterráneo era un mar vivo!
Por el Mediterráneo navegó el olivo, y las técnicas de salazón, y la escritura… Los griegos crearon una de las obras maestras de la literatura con el mar Mediterráneo como protagonista de fondo: La Odisea.
El Mediterráneo sirvió al Imperio Romano para derribar fronteras y conceder ciudadanías a pueblos que tan sólo 50 años atrás, eran nómadas esclavos de los caprichos del clima. El Mediterráneo fue testigo importante de la presencia poderosa del mayor imperio conocido en la historia: el Imperio Español. El Mediterráneo ha sido cuna de civilizaciones como la Micénica, la Civilización Persa, la Mesopotámica, la Egipcia, la Cretense y varias decenas más. El mediterráneo fue testigo del nacimiento de la democracia en Grecia, del Derecho en Roma… y también del triunfo sobre ideas totalitarias que dejaron una alfombra de muerte y terror a su paso.
Luego, el Mare Nostrum se transformó en lo que algunos denominaron Mare Eorun. Eran los años de la maldita guerra fría, la que metió un incontrolable miedo en el cuerpo a varias generaciones de europeos por ser Europa el escenario aéreo sobre el que se proyectaban todos los encuentros de las demoníacas máquinas de guerra de rusos y americanos. El Mediterráneo fue utilizado por porta aviones rusos y yanquis como gigantesco teatro donde exhibían unos y otros sus fuerzas mientras los demás éramos testigos aterrorizados e impotentes.
Ahora se ha convertido en algo más, en un lugar triste y fúnebre, en un enorme cementerio. Ahora tenemos un Mare Mortis donde las fosas, al contrario de la lógica, son cubiertas por cuerpos inertes. Las profundidades de nuestro Mediterráneo testifican la tragedia de seres humanos que huyen del hambre, de la miseria, de las guerras provocadas o consentidas por los países desarrollados, de los gobiernos opresores y violentos, de los sistemas que no contemplan que el hombre tiene derecho a vivir, a buscar un futuro que se le niega en la tierra donde han nacido. Los fondos marinos del Mediterráneo son mudos testigos de la tragedia: la mitad de los que embarcan en la otra orilla, la orilla pobre del Mare Nostrum, se convierte en siluetas que ensombrecen las simas.
Ya no hay sirenas tratando de encantar a Ulises y sus compañeros de viaje, sólo bultos inmóviles que llenan el relieve de las profundidades marinas y que en otros tiempos fueron personas con anhelos, que amaron, que tuvieron sueños, que aspiraron a mejorar la dura vida que les había tocado en suerte.
Mientras los desheredados se juegan la vida en pateras y lanchas neumáticas, los cruceros pasean lentamente, con todo lujo de detalles para que se recreen en las vistas de las islas del Mar Egeo, a los privilegiados del primer mundo, de un primer mundo que pone sordina a la cruda realidad del continente vecino.
Al final del viaje, de los viajes, los trasatlánticos desembarcan sus viajeros en la ciudad de la que partieron para que regresen a sus cómodos hogares, en tanto que los que consiguen sobrevivir a la travesía en lancha neumática y tienen la fortuna de toparse con un barco o haber sido localizados, serán depositados en un refugio donde sus quemaduras serán aliviadas, su sed calmada y el estómago lleno con algo de alimento. Les espera, a la mayoría, el viaje de regreso.
No busquemos culpables con rostro. El único culpable es un sistema insaciable y ávaro. ¿Las victimas?: las personas que se ven obligadas a subirse en una balsa; y nosotros que somos prisioneros de este “orden injusto”.
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