El precio del pescado tiene dos puntas anuales, el 23 de diciembre y el 13 de agosto, la demanda es la que manda.
En estos días de agosto, es posible encontrar la misma variedad y calidad de pescados en la pescadería de cualquier gran cadena de super/hipermercados a precios más bajos que los que se encuentran en las plazas de abastos de los pueblos pesqueros.
Resultado, centenares de clientes, que en estos días pasan sus vacaciones de playa e incorporan el pescado fresco a su dieta de manera diaria gracias a encontrarse en sus lugares de captura, acaban comprando el pescado en la redicha cadena de supermercados extendida por todo el territorio.
Esta competencia feroz, legal, pero poco honesta, lícita e incluso desleal en mi opinión, genera un efecto perverso. El sistema de captura y distribución de pescado se desvirtúa. Las consecuencias a medio plazo son nefastas para armadores, exportadores y pescaderos. Muchos de ellos ya están sufriendo las consecuencias.
De esto no tiene la culpa nadie, entre todos la mataron y ella sola se murió que dirían en mi pueblo. No es más que, un comprador, con las mismas reglas de juego, pero con un poder negociador muy importante, gracias a su volumen de compra, que impone los precios y condiciones de lonja, sólo eso.
Pero cuando los supermercados utilizan el pescado como producto reclamo hacia sus clientes y aplican una política agresiva de precios en esa línea de productos, sabedores que recuperarán el beneficio en otros productos, por el camino, han estrangulado, asfixiado a los que viven exclusivamente del pescado.
No todo vale, por favor, no todo vale. No nos dejemos utilizar como consumidores, hagamos compra consciente. Los 10 céntimos que aparentemente nos ahorramos en el kilo de sardinas lo pagamos con creces en el resto de productos del carrito y por el camino estamos contribuyendo a esta perversión del sistema. En vacaciones comprad también en establecimientos locales, son los que de verdad aportan riqueza al territorio en el que desarrollan su actividad
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