Hemos podido asistir, como familia, a una de las celebraciones del año Jubilar de la Misericordia que el Santo Padre Francisco convocó en la basílica de San Pedro y en la que tuvo lugar una vigilia de oración para: “Enjugar las lágrimas donde la Iglesia quiere ser un signo visible de la misericordiosa mano del Padre, que busca secar las lágrimas: de una madre que ha perdido un hijo, de un hijo que ha perdido a su padre, de quienes combaten con las enfermedades, de quienes han perdido el trabajo o no lo encuentran, de quienes viven situaciones de discordia familiar, de quienes experimentan la soledad y el abandono, de quienes son víctimas de la injusticia, de quienes han perdido el sentido de la propia vida y no logran encontrarlo. “Consolar a los afligidos”, es una de las siete obras de misericordia espirituales, es el corazón de este Evento Jubilar para toda la iglesia”.
El Papa Francisco, siguió diciendo; “Vemos cuánta tristeza hay en muchos de los rostros que encontramos. Cuantas lágrimas se derraman a cada momento en el mundo; cada una distinta de las otras; y juntas forman como un océano de desolación; que imploran piedad, compasión, consuelo. Todos lo necesitamos; es nuestra pobreza, pero también es nuestra grandeza: invocar el consuelo de Dios, que con su ternura viene a secar las lágrimas de nuestros ojos. Jesús llora por su amigo Lázaro. Si Dios ha llorado, también yo puedo llorar. El llanto de Jesús, no puede quedar sin respuesta de parte de quien cree en Él. Si Él consuela, también nosotros estamos llamados a consolar. La oración es la verdadera medicina para nuestro sufrimiento. También nosotros, en la oración, podemos sentir la presencia de Dios a nuestro lado. La ternura de su mirada nos consuela, la fuerza de su palabra nos sostiene, infundiendo esperanza. Jesús junto a la tumba de Lázaro, oró: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn.11, 41-42). Necesitamos esta certeza: El Padre nos escucha y viene en nuestra ayuda”
El rostro de Francisco transmite el dolor que siente sobre sus espaldas; sus manos apretadas y sus ojos con la mirada perdida dirigida hacia el suelo, y su lento caminar, ofrecían la figura y el rostro de un Cristo roto por el sufrimiento del mundo. Tras le sencilla, pero profunda ceremonia, el Papa pasó en recogida oración, por el pasillo central de la basílica del Vaticano, donde había orado por quienes padecen el horror de estos tiempos; suplicando misericordia a Quien la puede otorgar.
Ya el domingo cuando recibió el premio “Carlo Magno”, habló en esos términos, y exigiendo a Europa que acoja a tantos inmigrantes que huyen de la desolación de sus países de origen. ”Sueño, dijo con una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano”.
Cuál es nuestro papel en esta historia que nos cerca, y nos constriñe de dolor. Es posible que primero sea orar, pero seguidamente o antes de orar, sea abrir nuestros brazos a quienes llaman a la puerta de Europa, para ofrecer el asilo que necesitan.
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